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Silvas

AQUÍ LA VEZ POSTRERA (400)

AQUÍ LA VEZ POSTRERA (400)

Aquí la vez postrera
vi, fuente clara y pura, a mi señora,
de esta verde ribera
reverenciada por Dïana y Flora;
aquí dio a mi partida
lágrimas de piedad en largo llanto;
aquí, al dejarla, mi dolor fue tanto,
que mostró el corazón dudosa vida.


Aquí me aparté de ella
con paso divertido y pies inciertos.
Heme hurtado a mi estrella;
vuelvo a la soledad de estos desiertos:
todos los veo mudados,
y los troncos, que un tiempo llamé míos,
de sus tiernas niñeces olvidados,
huyendo de mirarse en estos ríos,
que los figuran viejos,
en el agua aborrecen los espejos.


No ya, como solía,
halla en las ramas, al bajar al llano,
verdes estorbos el calor del día;
muy de paso visita aquí el verano.
Los troncos, ya desnudos,
sepultados en ocio, yacen mudos
de este monte a los ecos;
y a las deidades santas,
la araña sucedió en los robles huecos.
Pocas pisadas de mortales plantas
fatigan esta arena.
Mucho le debes, fuente, a la verbena,
que sola te acompaña.
¡ Qué pobre de agua tu corriente baña:
la tierra que dio flores y(a) da abrojos!
¡ Cómo se echa de ver en tus cristales
la falta del tributo de mis ojos,
que los hizo crecer en ríos caudales!
¡En qué de partes de tu margen veo
polvo, donde mi sed halló recreo!


Ya no te queda, fuente, otra esperanza,
tras prolija tardanza,
de cobrar tu corriente y su grandeza,
sino la que te doy con mi tristeza,
de aumentarte llorando,
por no saber de Aminta, mi enemiga.


Dímelo, fuente amiga,
pues lo vas con tus guijas murmurando;
que si interés de lágrimas te obliga,
no excusaré el verterlas por hallarla.


Ya me viste gozarla
y en medio del amor, con mil temores,
llorar más que la aurora en estas flores.
No me tengas secreto
esto que te pregunto; y te prometo
de hurtarte al sol a fuerza de arboleda,
y de hacer que te ignore
sed que no fuere de divinos labios;
y de que bruto y torpe pie no pueda,
mientras el sol la seca margen dora,
hacer a tu cristal turbios agravios.
Darte he por nacimiento,
no, cual naturaleza, dura roca,
mas, en marfil, de un sátiro la boca,
que muestre estar de ti siempre sediento.
Escribiré en tu frente
tal ley al caminante:
«No llores, si estás triste; ve adelante:
que de los desdichados, solamente
Glauro puede llorar en esta fuente;
y si sed del camino
te obligare a beber, ¡oh peregrino!,
mira que estas corrientes,
después que fueron dignas de los dientes
de Aminta, han despreciado
cualquier labio mortal.  No seas osado
a obligarlas a huir; ¡ay!, no lo creas,
cuando otro nuevo Tántalo te veas


Tras esto le daré verdes guirnaldas
al sátiro del robo destas faldas;
y a ti mil joyas del tesoro mío
con que granjees las ninfas de tu río;
de suerte que, en mis dádivas y votos,
conozcan mares grandes,
cuando escondida entre sus senos andes:
que tiene tu deidad acá devotos.


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