Skip to main content
Varios (Poesias)

CUANDO GLORIOSO, ENTRE MOISÉS Y ELÍAS (235)

CUANDO GLORIOSO, ENTRE MOISÉS Y ELÍAS (235)

Cuando glorioso, entre Moisés y Elías,
tiñó de resplandor el velo humano
el que, por desquitar las Jerarquías,
en mejor arbol restauró el manzano;
cuando a cortes llamó las Profecías,
y por testigos sube, desde el llano
al monte donde eterno reina el cedro,
con sus primos, Jacob y Juan, a Pedro;


cuando el tesoro de la luz ardiente,
que se disimulaba detenido,
se explayó por la faz resplandeciente
y en incendios del sol bañó el vestido;
y cuando, por gozar siempre presente
trono en eternas glorias encendido,
quiso hacer tabernáculos quien era,
del que vino a fundar, Piedra primera;


cuando, abrasado con hervores de oro
(rey de armas, una nube soberana),
ostentando elocuente su tesoro,
por más perlas que llora la mañana,
con la lira en que templa el santo coro
orbes por cuerdas cuando canta Hosana,
«Oídle, que me agrado en Él -les dijo-,
y es mi querido y siempre amado Hijo».


Entonces tú, monarca, que coronas
con dos mundos apenas las dos sienes;
tú, que haces gemir las cinco zonas,
para ceñir los reinos que mantienes;
tú, que con golfos tuyos aprisionas
las invidias del mar y los desdenes;
tú, Cuarto a los Filipes, con honrarlos,
que el Quinto quitas, que pasó a los Carlos;


tú entonces, pues (¡anuncio venturoso,
colmado y rico de promesas santas!),
a imitación del Rey siempre glorioso
de quien indigno calza el sol las plantas,
próvido, juntamente y religioso
y humilde emulador de glorias tantas,
siempre en el Cielo tu discurso fijo,
cuando el Hijo nombró, nombras tu hijo.


Porque fuese la acción más parecida,
si de partida con los dos trataba,
tú tratabas también de la partida,
por rescatar la religión esclava;
Él con su muerte parte a dar la vida;
tú con la vida, que tu celo alaba,
vas a que, rojo en sangre, tus leones
te muestren mar de tantos Faraones.


Al nombre de tu hijo se debía
la corona que hereda (de la estrella
de quien tomó los rayos y la guía
el que halló al Hombre y Dios, madre y doncella);
páguele a Baltasar tan claro día
lo que peregrinó sólo por vella,
y aunque Herodes le aguarde, peregrino,
Baltasar volverá por buen camino.


El nombre del que estuvo de rodillas
vertiendo en el pesebre gran tesoro,
informó de grandeza las mantillas
del que vimos venir con real decoro;
por besarle la mano, ilustres sillas
dejó del mundo el más sublime coro;
él, en la majestad, seso y cariño,
niño pudo venir, mas no fue niño.


De trinidad humana vi semblantes,
como pueden mostrarse en nuestra esfera,
pues a ti tus hermanos semejantes
son segunda persona, y son tercera;
los Gerïones, que nombró gigantes
en España la historia verdadera,
mejor los unen en los tres las lides,
pues del uno en la cuna tiembla Alcides.


Viéronse allí zodíacos mentidos;
con presunción de estrellas los diamantes;
ásperos y pesados los vestidos,
en las pálidas minas centellantes;
de granizo de perlas van llovidos,
y en tempestad preciosa relumbrantes
otros, que, porque nadie los compita,
de aljófar los nevó la Margarita.


Luego que la lealtad esclarecida
fabricó eternidad artificiosa,
haciendo pasadizo de tu vida
a la del primogénito gloriosa,
la nobleza del orbe más temida,
que de tal heredero deseosa
estuvo, hoy al Señor, que le concede,
le pide por merced que nunca herede.


Precedió la justicia a los Poderes,
reinos en quien influye amor y vida
tu augusto corazón, y adonde quieres
siguen tus rayos con lealtad rendida;
en luz mirando el sol que le prefieres,
con la suya turbada o convencida,
si no empezó a llorar, con el rocío,
tu exceso confesó, pálido y frío.


En cuatro ruedas lirio azul venía,
reina que Francia dio a los españoles,
de quien estudia luz, mendigo, el día;
en quien aprenden resplandor los soles;
para saber amanecer pedía
Aurora a sus mejillas arreboles;
y a la tarde Fernando fue mañana,
que, en púrpura, precede soberana.


Carlos en luz y, en el lugar, lucero,
resplandeciente precursor camina;
viene Adonis galán, Marte guerrero,
y a Venus dos congojas encamina;
va con susto la gala, del acero,
y menos resplandece que fulmina:
porque tu providencia, que le inflama,
le destina a los riesgos de la Fama.


Inundación de majestad vertiste,
tú, hermosamente presunción del fuego;
de los ojos de todos te vestiste,
pues los de todos te llevaste luego.
Con tantos ojos, pues, tu pueblo viste,
dulce deidad de Amor pero no ciego;
tu caballo, con músico alboroto,
holló sonoro y grave terremoto.


De anhelantes espumas argentaba
la razón de metal que le regía;
al viento, que por padre blasonaba,
en vez de obedecerle, desafía;
herrado de Mercurios se mostraba;
sí amenazaba el suelo, no le hería:
porque, de tanta majestad cargado,
aun indigno le vio de ser pisado.


A las damas, el Fénix dio colores;
el Iris, la mañana y primavera;
en paz vimos por marzo nieve y flores,
y el suelo sostituir la octava esfera:
sus blasones de luz fueran mayores
si la reina de España no saliera;
tratólas como el sol a las estrellas:
anególas en luz con sólo vellas.


En Oriente portátil de brocado
sigue tu sol recién amanecido,
en generosos brazos recostado,
y a tu corte por ellos repartido.
Mira en todos tus reinos el cuidado
que le tienen los cielos prevenido,
pues la que atiende alegre gala y fiesta
le aguarda en más edad cárcel molesta.


Juraron vasallaje y obediencia,
y besaron la mano al que no sabe
cuánto en su soberana descendencia
de augusta majestad gloriosa cabe;
mas, con anticipada providencia,
monarca sin edad, se muestra grave:
que al tiempo le dispensa Dios las leyes
para la suficiencia de los reyes.


«Vive, y ten heredero, y no le dejes»,
la voz común y agradecida aclama,
que aun tiene por fatiga que te alejes
a dar que hacer al grito de la Fama;
por ejército vale en los herejes
tu nombre solo, que temor derrama;
las señas de tu enojo, por heridas:
que no aguardan el golpe tales vidas.


Ya sus rayos a Jove provocaron
denuedos de los hijos de la tierra,
y de montes escala fabricaron,
que tumbas arden hoy de injusta guerra;
los dos polos gimieron y tronaron
(¡tanta discordia la soberbia encierra!);
Sicilia estos escándalos admira,
y Encélado en el Etna los suspira.


En su falda, Catania, amedrentada,
cultiva sus jardines ingeniosa;
yace la primavera amenazada;
con susto desanuda cualquier rosa;
insolente la llama, despeñada,
lamer las flores de sus galas osa:
parece que la nieve arde el invierno,
o que nievan las llamas del infierno.


Soberbio, aunque vencido, desde el suelo
al cielo arroja rayos y centellas;
con desmayado paso y tardo vuelo,
titubeando, el sol se atreve a vellas;
en arma tiene puesto siempre al cielo
medrosa vecindad de las estrellas,
cuando de combatir al cielo airado
los humos solamente le han quedado.


Tal osa contra ti, tal le contemplo
al monstro de Stocolmia, que, tirano
padecerá castigo, cuando templo
se prometió sacrílego y profano;
tú a Flegra añadirás ardiente ejemplo;
allí triunfante colgará tu mano
su piel de alguna planta, que, cargada,
a fuerza de soberbia esté humillada.


Padrones han de ser Rhin y Danubio
de tu venganza en tanto delincuente;
rebeldes venas les será diluvio;
cuerpos muertos y arneses, vado y puente;
rojo en su sangre se verá, de rubio,
el alemán, terror del Occidente:
tal gemirán las locas esperanzas
de quien no teme al Dios de las venganzas.


Leave a Reply