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Canciones

DE UNA MADRE NACIMOS (237)

DE UNA MADRE NACIMOS (237)

De una madre nacimos
los que esta común aura respirarnos;
todos muriendo en lágrimas vivimos,
desde que en el nacer todos lloramos.
Sólo nos diferencia
la paz de la consciencia,
la verdad, la justicia, a quien el cielo
hermosa, si severa,
con alas blancas envió ligera
porque serena gobernase el suelo.
Ella asegura el tránsito a la vida.
Feliz el que la cándida pureza
no turba en la riqueza,
y aquel que nunca olvida
ser polvo, en el halago del tesoro,
y el que sin vanidad desprecia el oro.



Como vos, ¡oh glorioso
duque, en quien hoy estimación hallaron
las virtudes, y premio generoso!
Ved cuál sois, que con vos se coronaron.
Nunca más felizmente
en la gloriosa frente
de Alejandro su luz amanecieron,
ni en la alma valerosa
de César, que, ya estrella, a volar osa,
mayores alabanzas merecieron.
Ni de Augusto las paces más amadas
fueron: pues, de blandura y de cuidado
vuestro espíritu armado,
haces dejó burladas,
previniendo la suerte, que, enemiga,
al que irritarla presumió, castiga.



Por vos, desde sus climas peregrino,
devoto a la deidad del rey de España,
el alárabe vino.
No es poco honrosa hazaña
que, vencido el camino
y perdonado ya del mar y el viento,
por justo y religioso, el noble intento,
debajo de sus pies ponga el turbante
el persa, honor y gloria de Levante.
Por vos, Ingalaterra
descansa y nos descansa de la guerra.
Y Francía, madre de ínclitos varones,
del peso de las armas aliviada,
trae por adorno varonil la espada,
que ya opuso de España a los Leones.
Y las islas postreras,
que, por merced del mar, pisan el suelo,
clemencia nunca vista en ondas fieras,
por vos, por vuestro celo,
admitirán la paz con que les ruega
quien con su voz de un polo al otro llega.



Curcio, mancebo fuerte,
con glorioso desprecio y atrevido,
tocó las negras sombras de la muerte,
cuando, de ardor valiente persuadido,
clara fama seguro
buscó en el foso obscuro,
el precio dedicando de su vida
al pueblo temeroso;
y en el horror del cóncavo espantoso,
intrépido, sostuvo en su caída,
como Encélado, montes desiguales,
a quien, premiando el alto beneficio,
hicieron sacrificio
en aras inmortales,
pues, muriendo por dar a Roma gloria,
dio su vida a guardar a su memoria.



Vos, del forzoso peso
de tan grande república oprimido,
con juicio igual y con maduro seso,
a Curcio aventajado y parecido,
por darla algún remedio,
arrojándoos en medio
de los más hondos casos y más graves,
de Atlante sois Alcides,
que le alivia en sus paces y en sus lides,
guardándole a Filipo las dos llaves
con que de Jano el templo o abre o cierra.
Vos, con cuello obediente a peso tanto,
compráis el laurel santo
y a vos toda la tierra,
cual Roma sólo a Curcio, que la ampara,
sacrificios dedica en feliz ara.



¡Oh bien lograda y venturosa vida
la vuestra, a quien la muerte trae descanso,
cuando ella es parricida,
y en un reposo manso
llegará la partida!
Sueño es la muerte en quien de sí fue dueño
y la vida de acá tuvo por sueño.
Apacible os será la tierra y leve;
que fue larga, diréis, la vida breve,
porque en el buen privado
es dilación del premio deseado,
invidia de la gloria que le espera,
la edad prolija y ]arga. ¡Oh, cómo ufanos
vuestros padres y abuelos soberanos
que España armados vio (de la manera
que a Jove los gigantes,
soberbio parto de la parda tierra,
que, fulminados, yacen fulminantes)
escarmiento a la guerra
darán, de vos, en nietos esforzados,
sus hechos, y sus nombres heredados!


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