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Silvas

DEJA L’ALMA Y LOS OJOS (278)

DEJA L’ALMA Y LOS OJOS (278)

Deja l’alma y los ojos
en este monumento por despojos,
oh amigo pasajero,
que en esta tumba se atesora entero
el imperio de amor en poca tierra,
la munición, las armas de su guerra,
su triunfo, su victoria,
el éxtasis de amor, toda la gloria
y más dulce deleite de la vista,
el patrimonio todo y la conquista
de cuantas libertades tuvo el suelo,
y el vencimiento de la luz del cielo.
Todos ya estos trofeos son ceniza
que aun en porción mortal se inmortaliza.


Aquí yace el Amor, no yace Elvira,
pues reina aun en el mármol, y él suspira.
Ciegos los ojos deja, ¡oh tú!, en el llanto,
por epitafio al monumento santo:
déjalos, pues en lágrimas te empleas,
que, pues ya no la ves, no es bien que veas.
El cielo, que soberbia no consiente
(sábelo el Serafín inobediente),
a la naturaleza,
que contra su poder se amotinaba,
blasonando de Elvira la belleza,
castigó la soberbia que ostentaba.


La Muerte, que, ambiciosa en monarquía
universal, no admite compañía,
ni igualdad que no abata,
nunca justificada, siempre ingrata,
desatando aquella alma generosa
de su composición maravillosa.
redújola a cadáver, porque intenta
que, ansí como de Elvira no hubo exenta
libertad, su corona
única quede ya, difunta Elvira,
que compitió su inexorable vira;
y pues no perdonó, no la perdona.
Y aun el Amor no quiso
igualdad con Elvira de sus leyes,
que rinden igualmente vulgo y reyes.


En sus ojos las luces expiraron
que un tiempo soberanas fulminaron;
todas las flores y las rosas juntas
en sus mejillas yacen hoy difuntas;
mustia la primavera,
mal vestidos el monte y la ribera:
por eso a sus exequias dolorosas
luces han de faltar, flores y rosas,
y en vez de las antorchas relumbrantes,
corazones de cera arden amantes.


Será su sepultura
(¡tales méritos tiene su hermosura!)
mina con sus cabellos,
pues Tíbar y el Ofir se gastó en ellos.
Su boca hará a su túmulo tesoro,
pues perlas y rubíes junta al oro.
Tú, huésped, si piedad tu afecto mueve,
no digas que la tierra le sea leve;
dila, pues guarda prenda tan preciosa,
que sepa ser avara y cuidadosa;
porque en cubrir sus perfecciones raras,
a pesar de los hombres en el suelo,
hace lisonja al sol, adula al cielo.


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