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Silvas

DISTE CRÉDITO A UN PINO (136)

DISTE CRÉDITO A UN PINO (136)

Diste crédito a un pino
a quien del ocio dura avara mano
trajo del monte al agua peregrino,


¡oh Leiva, de la dulce paz tirano!
Viste, amigo, tu vida
por tu codicia a tanto mal rendida.
Arrojóte violento
adonde quiso el albedrío del viento.
¿Qué condición del Euro y Noto inoras?
¿Qué mudanzas no sabes de las horas?
Vives, y no sé bien si despreciado
del agua, o perdonado.
¡Cuántas veces los peces que el mar cierra
y tuviste en la tierra
por sustento, en la nave mal segura,
les llegaste a temer por sepoltura!
¿Qué tierra tan extraña
no te obligó a besar del mar la saña?
¿Cuál alarbe, cuál scita, turco o moro,
mientras al viento y agua obedecías,
por señor no temías?
Mucho te debe el oro
si, después que saliste,
pobre reliquia, del naufragio triste,
en vez de descansar del mar seguro,
a tu codicia hidróplca obediente,
con villano azadón, del cerro duro
sangras las venas del metal luciente.
¿Por qué permites que trabajo infame
sudor tuyo derrame?
Deja oficio bestial que inclina al suelo
ojos nacidos para ver el cielo.
¿Qué te han hecho, mortal, de estas montañas
las escondidas y ásperas entrañas?
¿Qué fatigas la tierra?
Deja en paz los secretos de la sierra
a quien defiende apenas su hondura.
¿No ves que a un mismo tiempo estás abriendo
al metal puerta, a ti la sepultura?
¿Piensa[s] (y es un engaño vergonzoso)
que le hurtas riqueza al indio suelo?
¿Oro llamas al que es dulce desvelo
y peligro precioso,
rubia tierra, pobreza disfrazada
y ponzoña dorada?


¡Ay!, no lleves contigo
metal de la quietud siempre enemigo;
que aun la Naturaleza, viendo que era
tan contrario a la santa paz primera,
por ingrato y dañoso a quien le estima,
y por más esconderte sus lugares,
los montes le echó encima;
sus caminos borró con altos mares.


Doy que a tu patria vuelves al instante
que el Occidente dejas saqueado,
y que dél vas triunfante;
doy que el mar sosegado
debajo del precioso peso gime
cuando sus fuerzas líquidas oprime
[la soberbia y el peso del dinero;]doy que te sirva el viento lisonjero,
si su furor recelas;
doy que respete al cáñamo y las velas;
y, porque tu camino esté más cierto
(bien que imposible sea),
doy que te salga a recibir el puerto
cuando tu pobre casa ya se vea.
Rico, dime si acaso,
en tus montones de oro
tropezará la muerte o tendrá el paso;
si añidirá a tu vida tu tesoro
un año, un mes, un día, un hora, un punto.
No es poderoso a tanto el mundo junto.
Pues si este don tan pobre te es negado,
¿de qué esperanzas vives arrastrado?
Deja (no caves más) el metal fiero;
ve que sacas consuelo a tu heredero;
ve que buscas riquezas, si se advierte,
para premiar deseos de tu muerte.
Sacas, ¡ay!, un tirano de tu sueño;
un polvo que después será tu dueño,
y en cada grano sacas dos millones
de envidiosos, cuidados y ladrones.
Déjale, ¡oh Leiva!, si es que te aconsejas
con la santa verdad honesta y pura,
pues él te ha de dejar si no le dejas,
o te lo ha de quitar la muerte dura.


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