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Idilios

¡OH VOS, TRONCOS, ANCIANA COMPAÑÍA (390)

¡OH VOS, TRONCOS, ANCIANA COMPAÑÍA (390)

¡Oh vos, troncos, anciana compañía,
de humilde soledad verde y sonora!
Pues escritos estáis de la porfía
de tanto amante que desdenes llora,
creced también la desventura mía:
seréis en esta orilla que el sol dora,
verde historia de amor, y de esta falda
rústico libro escrito en esmeralda.


Las aves que leyeren mis tristezas
luego pondrán en tono mis congojas,
y cantarán mi mal en las cortezas
al son que hiciere el aire con las hojas.
Cualquier viento, templado a mis ternezas,
de las cuerdas, Amor, que no me aflojas
(pues del tormento son que se conspira),
fabricará con mis suspiros lira.


Allí serán mis lágrimas Orfeos,
y mis lamentos, blandos ruiseñores;
suspenderé el infierno a mis deseos,
halagaré sus llamas y rigores;
lejos irán de mí los monstros feos,
del ocio y de la paz perseguidores;
el silencio tendré por armonía,
y seráme el desierto compañía.


No sólo nací yo para cuidados;
mas ellos sólo para mí nacieron.
No castiga el Amor en mí pecados;
desdichas sí, que siempre me siguieron.
Cuantos son en el mundo desdichados,
y cuantos lo han de ser, y cuantos fueron,
viendo ya la pasión que en mi alma lidia,
unos tendrán consuelo, otros invidia.


Eufrates, tú que el término caldeo
con vivos lazos de cristal circundas;
¡oh rico Tajo!, ¡oh huérfano Peneo,
que en fértil llanto la Tesalia inundas!;
¡oh frigio Xanto!, ¡oh siempre amante Alfeo!,
¡oh Nilo, que la egipcia sed fecundas!:
como por vuestras urnas, sacros ríos,
todos pasad por estos ojos míos.


Tú, que en Puzol respiras, abrasado,
los enojos de Júpiter Tonante;
tú, que en Flegra, de llamas coronado,
castigas la soberbia de Mimante;
tú, Etna, que, en incendio desatado,
das magnífico túmulo al gigante:
todos, con tantas llamas como penas,
mirad vuestros volcanes en mis venas.


¡Oh vosotros, que, en puntas desiguales,
ceño del mundo sois, Alpes sombríos,
que amenazáis, soberbios, los umbrales
de la corte del fuego, siempre fríos!;
¡oh Cáucaso, vestido de cristales!;
¡oh Pirineos, padres de los ríos!:
todos, con vuestra nieve y, estatura,
medid mi mal, su yelo y desventura.


Tú, que del agua yaces desdeñado,
con sed burlado, en fuente sumergido;
tú, que a sólo bajar subes cargado;
y tú, por los peñascos extendido,
para eterno alimento condenado,
del hambriento martirio cebo y nido:
todos venid, ¡oh pueblos macilentos!:
veréisme remedar vuestros tormentos.


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