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Satiras

¿POR QUÉ MI MUSA DESCOMPUESTA Y BRONCA (639)

¿POR QUÉ MI MUSA DESCOMPUESTA Y BRONCA (639)

¿Por qué mi musa descompuesta y bronca
despiertas, Polo, del antiguo sueño,
en cuyos brazos, descuidada, ronca?


¿No ves que el lauro le trocó en beleño,
y que deja el velar para las grullas,
y ya es letargo el que antes era ceño?


Pues si lo ves, ¿por qué, gruñendo, aúllas?
Que, si despierta y deja la modorra,
imposible será que te escabullas.


Mira que ya mi pluma volar horra
puede, y que, libre, te dará tal zurra,
que no la cubra pelo, seda o borra.


Obligado me has a que me aburra,
y que a tu carta o maldición responda.
Sin duda ya la oreja te susurra.


¿He yo burlado a tu mujer oronda?
¿He aclarado el secreto de la penca?
¿Llevé tu hija robada a Trapisonda?


¿Quemé yo tus abuelos sobre Cuenca,
que en polvos sirven ya de salvaderas,
aunque pese a la sórdida Zellenca?


Pues si de estas desgracias verdaderas
no tengo yo la culpa, ni del daño
que eternamente por su medio esperas,


dime: ¿por qué, con modo tan extraño,
procuras mi deshonra y desventura,
tratando fiero de casarme hogaño?


Antes para mí entierro venga el cura
que para desposarme; antes me velen
por vecino a la muerte y sepoltura;


antes con mil esposas me encarcelen
que aquesa tome; y antes que «Sí» diga,
la lengua y las palabras se me yelen.


Antes que yo le dé mi mano amiga,
me pase el pecho una enemiga mano;
y antes que el yugo, que las almas liga,


mi cuello abrace el bárbaro otomano,
me ponga el suyo, y sirva yo a sus robos,
y no consienta el Himeneo tirano.


Eso de casamientos, a los bobos,
y a los que en ti no están escarmentados,
simples corderos, que degüellan lobos.


A los hombres que están desesperados
cásalos, en lugar de darles sogas:
morirán poco menos que ahorcados.


No quieras que en el remo, donde bogas,
haya, por consolarte, otro remero,
y que se ahogue donde tú te ahogas.


Sólo se casa ya algún zapatero,
porque a la obra ayudan las mujeres,
y ellas ganan con carnes, si él con cuero.


Los siempre condenados mercaderes
mujeres tornan ya por granjería,
como toman agujas y alfileres.


Dicen que es la mejor mercadería,
porque la venden, y se queda en casa;
y lo demás, vendido, se desvía.


El grave regidor también se casa,
por poner tasa a lo que venden todos,
y tener cosa que vender sin tasa.


También se casan los soberbios godos,
porque también suceden desventuras
a los magnates, por ocultos modos.


Cásanse los roperos, tan a [e]scuras
como ellos venden siempre los vestidos,
y ellas, desnudas, venden las hechuras.


Cásanse los verdugos abatidos
con mujeres, por ser del mesmo oficio,
que atormentan de la alma los sentidos.


El médico se casa, de artificio,
por si cosa tan pérfida acabase,
y hiciese al hombre tanto beneficio.


Y él sólo será justo que se case,
para que ambos den muerte a sus mitades,
y ansí la tierra de ambos se aliviase.


Cásanse los letrados, dignidades,
para que a sus mujeres con Jasones
puedan también juntarse los abades.


Con las espinas hacen los cambrones
también sus matrimonios cortesanos
(que ambos desnudan), porque el tuyo abones.


También los siempre inicuos escribanos,
por ahorrar el gasto del tintero,
dan, con la pluma, a su mujer las manos.


Ya he visto yo volar un buey ligero
en uno de éstos, que de plumas suyas
alas formó sutiles de jilguero.


Déjame, pues, vivir; no me destruyas;
ya que de mi pasión y mi tormento
canté las celebradas aleluyas.


Quiero contar, con tu licencia, un cuento
de un filósofo antiguo celebrado,
por ser cosa que toca a casamiento.


Vivió infinitos años encontrado
con otro sabio, y nunca habia podido
vengar en él el corazón airado.


Al cabo vino a hallarse muy corrido,
en ver a su contrario siempre fuerte,
y en tanto tiempo nunca de él vencido.


Últimamente le ordenó la muerte,
y, al fin, como traidor, vino a engañalle,
y pudo de él vengarse de esta suerte:


Una hija tenía de buen talle,
hermosa y pulidísima doncella,
y ordenó con aquesta de casalle.


Fingió hacer amistades, y, con ella,
dejar el pacto siempre asigurado;
aficionóse el enemigo de ella.


¡Oh gran poder de amor!, que, enamorado,
contento a casa la llevó consigo:
casóse con la moza el desdichado.


Después, culpando al sabio cierto amigo
la ignorancia cruel y el yerro extraño
que hizo en dar su hija a su enemgo,


él respondió: «No entiendes el engaño;
pues, por vengarme del contrario mío,
le di mujer, del mundo el mayor daño».


Ansí que, por contrario de más brío
tengo, Polo cruel, al que me casa
que al que me saca al campo en desafío.


Júzgalo, pues que puedes, por tu casa,
fiero atril de San Lucas, cuando bramas,
obligado del mal que por ti pasa.


Los hombres que se casan con las damas
son los que quieren ver de caballeros
sillas en casa llenas, llenas camas;


ver, sin saber de dónde, los dineros;
que los lleven en medio los señores;
que los quiten los grandes los sombreros;


que los curen de balde los dotores;
que les hagan más plaza que aun al toro;
tratar de vos los graves senadores.


Gustan de ver la rica joya de oro
en sus mujeres, nunca preguntando:
«¿Qué duende fue el que trujo este tesoro?»


Quieren que les estén continuo dando,
y hasta las capas piden, como bueyes
que, presos con maroma, están bramando.


Privados suelen ser también de reyes,
porque de sus mujeres son privados,
y éstos, como camisas, mudan leyes.


Pues si aquesto sucede en los casados,
¿por qué han de procurar hembras crueles,
ni yo, ni los que están escarmentados?


Si me quiero ahorcar, ¿no habrá cordeles?
¿Faltarán que me acaben desventuras?
¿Tósigo no hallaré, veneno y hieles?


Si quiero desterrarme, habrá espesuras;
y si, desesperado, despeñarme,
montes altos tendré con peñas duras.


Bien pues; sí, con intento de acabarme,
me aliñas de mujer la amarga suerte,
no la he ya menester para matarme.


En cuantas cosas hay, hallo la muerte;
en la mujer, la muerte y el infierno,
y fin más duro y triste, si se advierte.


Más quiero estarme helando en el invierno
sin la mujer, que ardiendo en el verano,
cercado el rostro de caliente cuerno.


Si tú fueras, ¡oh Polo!, buen cristiano,
pensara que el casarme lo hacías
reputándome a mí por luterano,


y que, por castigar blasfemias mías,
querias ponerme tal verdugo al lado,
que atormentase mis caducos días.


Y a casarme, casárame fiado
de que, estándolo tantos tus parientes,
habréis las malas hembras agotado.


Ya te pesa de verte entre mis dientes;
ya te arrepientes del pasado yerro;
ya vuelves contra mí cuernos valientes.


Ya, por tanto ladrar, me llamas perro;
yo cuelgo, cual alano, de tu oreja,
y tú, bramando, erizas frente y cerro.


¡Qué a propósito viene la conseja
que del canino Diógenes famoso
quiero contarte, aunque parezca vieja!


Yendo camino un día, presuroso,
vio una mujer bellísima ahorcada
de las ramas de un álamo pomposo;


y después que la tuvo bien mirada,
con lengua, como siempre, disoluta,
dijo (digna razón de ser contada):


«Si llevaran de aquesta misma fruta
cuantos árboles hay, más estimadas
fueran sus ramas de la gente astuta.»


¡Qué razones tan bien consideradas!
A ser como él, y yo, toda la gente,
ya estuvieran las tristes ahorcadas.


Viviera el hombre más seguramente,
sin tener enemigos tan mortales;
volviera el Siglo de Oro a nuestro oriente.


Dirásme tú que hay muchas principales,
y que hay rosa también donde hay espina;
que no a todas las vencen cuatro reales.


En Claudio te responde Mesalina,
mujer de un grande emperador de Roma:
que al adulterio la mejor se inclina.


¿Cuándo insolencia tal hubo en Sodoma,
que en viendo al claro emperador dormido,
cuyo poder el mundo rige y doma,


la emperatriz, tomando otro vestido,
se fuese a la caliente mancebía,
con el nombre y el hábito fingido?


Y, en entrando, los pechos descubría
y al deleite lascivo se guisaba,
ansí, que a las demás empobrecía.


El precio infame y vil regateaba,
hasta que el taita de las hienas brutas
a recoger el címbalo tocaba.


Todas las celdas y asquerosas grutas
cerraban antes que ella su aposento,
siempre con apariencias disolutas.


Hecho había arrepentir a más de ciento,
cuando cansada se iba, mas no harta,
del adúltero y sucio movimiento.


Mas, por no hacer ya libro la que es carta,
dejo de meretricias dignidades
y de cornudos nobles luenga sarta.


Mal haya aquel que fía en calidades,
pues cabe en carne obscura sangre clara,
y en muy graves mujeres, liviandades.


Ni aun sin culpa algún olmo se casara
con la lasciva vid, sí a sinrazones
también el sentimiento no negara.


Pues sólo a disculpar los bujarrones
no ha de bastar huir de las mujeres,
ni quieren admitirlo los tizones.


Dirás que no hay contentos ni placeres
en donde no hay mujer, y que sin ella,
con soledad enfermo y sano, mueres;


que es gran gusto abrazar una doncella
y hacerla madre del primer boleo,
gozando de la cosa que es más bella.


Pues yo te juro, Polo, que deseo
ver, desde que nací, virgos y diablos,
y ni los diablos ni los virgos veo.


Demonios veo pintados en retablos,
y de caseros virgos contrahechos
llenos palacios, llenos los establos.


Los casados estáis muy satisfechos
en el talle gentil, en el regalo,
y en el entendimiento los mal hechos.


Fíase en la riqueza el hombre malo;
en el caudal el mercader judío;
el alguacil confíase en su palo;


pero de estas fianzas yo me río,
pues veo que la mujer del perezoso
suele curiosa ser del de buen brío;


la que tiene el marido bullicioso
imagina cómo es el sosegado,
y cómo el fiero, si es el suyo hermoso;


la mujer del soberbio titulado
desea comunicar al pordiosero;
desea la del dichoso al desdichado;


la que goza del tierno caballero
apetece los duros ganapanes,
y a cansar un gañán se atreve entero;


la que goza valientes capitanes,
se enamora de liebres y aun de zorras;
y, si títeres son, de sacristanes.


Quiero callar: que temo que te corras,
aunque, con tu paciencia, bien se sabe
que el timbre suyo a los cabestros borras.


Ya escucho que te ríes de que alabe
mi desprecio, y que a ti, dices, respeta
el caballero más altivo y grave.


No entiendes, no, la poco honrosa treta:
eres como el asnillo de Isis santa,
cuando el honor de la deidad aceta.


Pues, viendo arrodillada gente tanta,
que su llegada solamente espera,
y que éste alegre danza, y aquél canta,


se para, hasta que a fuerza de madera,
con los palos transforman el jumento
en ave velocísima y ligera,


diciendo: «Este divino acatamiento
no se hace a ti, sino a la excelsa diosa
que encima traes, con tardo movimiento».


Ansí que la persona poderosa
no ha de hacer honra a aquel que ha deshonrado:
a su mujer la hace, que es hermosa.


Y si por ti la tomas, desdichado,
vendráte a suceder lo que al borrico,
y serás, tras cornudo, apaleado.


Si yo quisiera ser, Polo, más rico,
tener mayor ajuar o más dinero,
pues no puedo valerme por el pico,


como me habia de hacer bodegonero,
para guisar y hacer desaguisados,
o, para vender agua, tabernero,


o, para aprovechar los ahorcados,
vil pastelero, o ginovés arpía,
para hacer que un real para ducados,


el triste casamiento eligiría,
cual tú lo hiciste, pues con él granjeas
por la más ordinaria y fácil vía.


Y por si acaso, Polo, aun hoy empleas
tu mujer en mohatras semejantes,
quiero que mis astutos versos leas.


No tengas celos de hombres caminantes
ni aun de soldados, gente arrebatada,
ni aun de los bizcos condes vergonzantes;


que el caminante ha de dejar la espada
para gozar de tu mujer vendida,
y la golilla el conde, si le agrada.


Sólo te has de guardar toda tu vida
del perverso estudiante, como roca
en su descomunal arremetida.


Éste, con furia descompuesta y loca,
por no quitarse nada, se arremanga
las (¡Dios nos libre!) faldas con la boca.


Si tú vienes, las suelta, y, muy de manga,
con tu mujer maquinará, ingenioso,
trampa que sobre al desmentir la ganga.


Ya me falta el aliento presuroso,
y ya mi lengua, de ladrar cansada,
se duerme entre los dientes, con reposo.


Mas, porque no la llames mal criada,
quiere, aunque disgustada, responderte
a tu carta satírica y pesada.


Ya empiezas a temer el trance fuerte,
y tiemblas más mi lengua y sus razones
que la corva guadaña de la Muerte.


Con una cruz empiezan tus ringlones,
y pienso que la envías por retrato
de la fiera mujer que me dispones.


Luego, tras uno y otro garabato,
me llamas libre, porque no te escribo,
áspero, duro, zahareño, ingrato.


Dices que te responda, si estoy vivo:
sí lo debo de estar, pues tanto siento
la amarga hiel que en tu papel recibo.


Ofrécesme un soberbio casamiento,
sin ver que el ser soberbio es gran pecado,
y que es humilde mi cristiano intento.


Escribes que, por verme sosegado
y fuera de este mundo, quieres darme
una mujer de prendas y de estado.


Bien haces, pues que sabes que el matarme,
para sacarme de este mundo, importa,
el morir se asegura con casarme.


Dícesme que la vida es leve y corta,
y que es la sucesión dulce y süave,
y al matrimonio Cristo nos exhorta;


que no ha de ser el hombre cual la nave,
que pasa sin dejar rastro ni seña,
o como en el ligero viento la ave.


¡Oh, si, aunque yo pagase el fuego y leña,
te viese arder, infame, en mi presencia,
y en la de tu mujer, que te desdeña!


Yo confieso que Cristo da excelencia
al matrimonio santo, y que le aprueba:
que Dios siempre aprobó la penitencia.


Confieso que en los hijos se renueva
el cano padre para nueva historia,
y que memoria deja de sí nueva.


Pero para dejar esta memoria,
le dejan voluntad y entendimiento,
y verdadera, por soñada, gloria.


Dices que para aqueste casamiento
una mujer riquísima se halla
con el, de grandes joyas, ornamento.


Has hecho mal, ¡oh mísero!, en buscalla
con tan grande riqueza: que no quiero
tan rica la mujer para domalla.


Dices que me darán mucho dinero
porque me case: lo barato es caro;
recelo que me engaña el pregonero.


Su linaje me dices que es muy claro:
nunca para las bodas le hubo obscuro,
ni ya suele ser ése gran reparo.


Muéstrasmela vestida de oro puro;
y como he visto píldoras doradas,
en ella temo bien lo amargo y duro.


Que hermanas tiene y madre muy honradas
cuentas, ¡oh coronista adulterado!
¡Tú las quieres también emparentadas!


De su buen parecer me has informado,
como si, por ventura, la quisiera,
por su buen parecer, para letrado.


Que tiene condición de blanda cera:
bien me parece, Polo; pero temo
que la derrita como a tal cualquiera.


Gentil mujer la llamas por extremo:
¿por gentil me la alabas y prefieres?
Sólo ya te faltaba el ser blasfemo.


Nunca salgas, traidor, de entre mujeres;
mujer sea el animal que te destruya,
pues tanto a todas, sin razón, las quieres.


Déjente ya que goces de la tuya
los que con ella están amancebados.
Volvérsete ha en responso la alleluya.


Y en todos sus adúlteros preñados,
hijas te para todas, y a docenas,
y con ellas te crezcan los cuidados.


Estén las mancebías siempre llenas
de hermanas tuyas, primas y sobrinas,
que deshonren la sangre de tus venas.


Tus desdichas aumenten y tus ruinas
mozas sin pluma, y emplumadas viejas;
de tu vida mormuren tus vecinas.


Y pues en mi quietud nunca me dejas
vivir, nunca el alegre desengaño
con la verdad ocupe tus orejas.


¿Mujer me dabas, miserable, hogaño?
Pues, aunque me heredaras no eligieras
para matarme tan astuto engaño.


¿No ves que en las mujeres, si son fieras,
el hombre tiene lo que no querría,
y adora concubinas y rameras?


Si hermosas son, si tienen gallardía,
no son más del marido que de todos.
La que me traes es tal mercadería.


En ellas tienen Fúcares y godos
una acción insolente de gozallas,
por mil ocultos y diversos modos.


¡Felices los que mueren por dejallas,
o los que viven sin amores de ellas,
o, por su dicha, llegan a enterrallas!


En casadas, en viudas, en doncellas,
tantas al suelo plagas se soltaron,
cuantas son en el cielo las estrellas.


Mas, pues que de mis mañas te informaron,
de mis costumbres y de mis empleos,
y un bruto en mí y un monstro dibujaron;


pues que, por casos bárbaros y feos,
te dijeron mi vida caminaba
al suplicio derecha, sin rodeos;


que en toda la ciudad se mormuraba
mi disimulación y alevosía,
y que pérfido el mundo me llamaba;


que no se vio la desvergüenza mía
en alguacil alguno, ni en corchete;
que nadie sus espaldas me confía;


que he trocado en el casco mi bonete,
el vademécum todo en la penosa,
y del año lo más paso en el brete;


pues si esto te dijeron, ¿cuál esposa
querrá admitir marido semejante,
si su muerte no busca, mariposa?


Ponla tantos defectos por delante;
dila, en fin, que yo soy un desalmado,
enjerto en sotanilla de estudiante.


Y aunque hijo de padre muy honrado
y de madre santísima y discreta,
dirás que me ha traído mi pecado
a desventura tal, que soy poeta.


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