Skip to main content
Satiras

PUES MÁS ME QUIERES CUERVO QUE NO CISNE (640)

PUES MÁS ME QUIERES CUERVO QUE NO CISNE (640)

SÁTIRA A UNA DAMA


TERCETOS


Pues más me quieres cuervo que no cisne,
conviértase en graznido el dulce arrullo
y mi nevada pluma en sucia tizne.


Ya, mi Belisa, ya rabiando aúllo
tu ingrata sinrazón y mi cuidado,
y del yugo y maromas me escabullo.


Mas, ¿cómo puede ser quien ha cantado
tu bello rostro, tu nevada frente,
el cuello hermoso de marfil labrado,


que en tu nombre escribió tan dulcemente
en levantado estilo, en versos graves,
que le pueda ultrajar eternamente?


La causa yo la sufro y tú la sabes,
aunque en callarla pienso ser eterno,
ora me vituperes o me alabes.


Escucha, pues, al son altivo o tierno,
mis quejas, y comienza el noviciado
que las damas hacéis para el Infierno.


¡Cómo se echa de ver que me he enojado!
La culpa tiene aquesta lengua mía:
perdóname, que corro desbocado.


Perdóname, mi bien y mi alegría,
que aquesta mala inclinación me lleva,
aunque un agravio sin razón la guía.


No tengas pena, no, que yo me atreva
a cosa que vergüenza pueda darte,
que no podré yo hacer cosa tan nueva.


Ya parece que empiezas a mudarte,
que pierdes la color y el movimiento,
que no acabas todo hoy de persinarte.


¡Oh, lo que gritarás mi atrevimiento!,
diciendo: «¿Este mordaz (y aquí te entonas)
se atreve a una mujer de mi talento?»


Pero volviendo en ti, mi lengua abonas,
y viendo que no puedes desmentirme,
por encubrir la caca, me perdonas.


No dejaré, Belisa, de reírme,
imaginando cuántas maldiciones
arrojarás en mí por destruirme.


Ya me ordenas la muerte en pescozones,
ya con el solimán de un favor tuyo,
ya en tu mucho rigor, ya en tus razones,


diciendo: «Yo a este bárbaro destruyo;
con él enterraré mis liviandades,
y alegre gozaré mi dulce cuyo».


Tú te dices, Belisa, las verdades.
¿Quién te pregunta si eres, ni si has sido
liviana por tus dulces mocedades?


Si te has holgado y te has entretenido,
a mí no se me da un ardite solo;
désele, pues es justo, a tu marido.


Ponga en tu vida quien quisiere dolo,
que yo pienso dejarla eternizada
en estos versos, aunque pese a Apolo.


Pues eres a mis ojos tan probada,
y no es malicia, en penas y trabajos,
que estás pura de puro acrisolada.


Rebujada naciste en dos andrajos
de una hija de Adán por gran ventura,
cuya comadre fueron cuatro grajos.


Allí tu cuna fue tu sepultura,
y cual pequeña planta de la tierra,
te levantaste en tan sublime altura.


Con la belleza hiciste al mundo guerra;
siempre para vencer fuiste vencida:
¡misterio grande que tu vida encierra!


Amaste la humildad tanto en tu vida,
que debajo de todos siempre andabas,
solamente en dar gusto entretenida.


A Dios eterno tanto amor mostrabas,
que viendo que es el hombre imagen suya,
con este celo a todos los buscabas.


Pues ¿cuál sin alma puede haber que arguya
de vil pecado tan devoto celo,
y que en su lengua tanto honor destruya?


Un rayo de las bóvedas del cielo
en ceniza le vuelva lengua y boca,
si justicia faltare acá en el suelo.


A lástima y a llanto me provoca
tan dura suerte y rigurosa estrella,
bastante a enternecer un monte o roca.


Nunca nacieras tan hermosa y bella;
quizá no fueras perseguida tanto,
con sólo aventurarte a ser doncella.


Pero yo, mi Belisa, no me espanto,
que siempre en este mundo y siglo rudo
pasan los buenos penas y quebranto.


Pregúntalo al hermano Cogolludo,
que él declarará el misterio, cuando
verdad desnuda te dirá desnudo.


No te andes encubriendo y recatando
después, que no hace el médico provecho
al enfermo que pasa el mal callando.


Y pues te ves agora en tal estrecho,
un dedo más o menos, no seas corta,
mi Belisa, descúbrele hasta el pecho.


Yo te digo a la fe lo que te importa,
que soy hombre de bien a las derechas,
y no amiguito de banquete y torta.


Vosotras las mujeres estáis hechas
a oír aduladores: no soy desos,
amigo de dulzuras y de endechas.


Nunca mi alma busca esos excesos,
que es muy de mancebitos de la hoja:
cuajada tengo la cabeza en sesos.


Paréceme que oírme te congoja
en ver cómo mis tachas disimulo;
de nuevo agora y sin razón te enoja.


Sólo en considerarte me atribulo,
echando mis simplezas a malicia,
y por aquesto lo demás regulo.


Pues así del poder de la justicia
mis cosas libre Dios, y así me vea
oficial reformado en tu milicia,


que soy quien solamente te desea
servir, aficionado de tu cara,
que en su servicio tanta gente emplea.


Aficionóme a ti tu fama clara,
y verte una mujer de tomo y lomo,
que aun de tu cuerpo nunca fuiste avara.


¡Oh virtud excelente!, de quien tomo
ejemplo singular en la largueza:
mis carnes venzo, mis pasiones domo.


Es tanta de tu vida la estrecheza,
que siempre andas cayendo y levantando:
de penitencia es grande tu flaqueza.


Contino estás escrúpulos llorando,
que en tu buena conciencia los testigos
de la culpa venial están ladrando.


No lloras que aborreces enemigos,
pues es tu mayor culpa, mujer santa,
querernos bien a todos por amigos.


¿Quién desta vida y hechos no se espanta?
¿Quién a imitar tus pasos no dispone
la dura voluntad, la tarda planta?


¿Quién hay, Belisa, quién que no pregone
tu milagrosa vida tan austera,
y la suya por ti no perficione?


Pues de la ley sagrada y verdadera
tanto amas los preceptos que refieres,
por alcanzar la gloria venidera,


que viendo que a los hombres y mujeres
los manda amar sus enemigos todos,
hasta los tres del alma bien los quieres.


Yo, pues, que en el Infierno hasta los codos
sumido estoy, y de pecados lleno,
me voy aniquilando de mil modos;


de fuerza propia y de favor ajeno,
mi alma te encomiendo, ya que fieras
culpas la tienen con mortal veneno.


Mas, porque puede ser que no la quieras
sin cuerpo y todo, todo te lo ofrezco
con sana voluntad y eternas veras.


Ampárame, que bien te lo merezco
por esta voluntad, que en las entrañas
con nueva obligación conservo y crezco.


No quieras parecer a las arañas
en convertir las flores en ponzoña,
ya que simiente engendras para cañas.


Apostaré un ducado que mi roña
acabas de entender en este verso,
al fuego condenando mi zampoña.


Quiero, pues ya me tienes por perverso,
darte, Belisa, una espantosa zurria,
pues ansí lo permite el hado adverso.


Tomado me ha sin remisión la murria;
ya quiero desnudar mi Durindaina;
ya le ha dado a mi lengua la estangurria.


Amaina, pues, desventurada, amaina;
que por darte de presto y a lo zaino,
te quiero dar el golpe con la vaina.


Mas asco tengo en ver que desenvaino
contra la ninfa bel de una zahúrda,
y del primero pensamiento amaino.


Pero bien me mereces que te aturda
y que ninguna falta te la calle,
que un diluvio de sátiras te urda.


Pues tanto mal has dicho de mi talle,
y que me fuerzas (esme Dios testigo)
en este tu billete a divulgalle.


No mi disculpa en la pintura sigo;
pero quiero mostrar de tu locura
el trato infame, el término enemigo.


No es como mi vida tu estatura,
que, por no decir ruin, quise ponello:
bien larga has menester la sepultura.


Es como tu linaje mi cabello,
escuro y negro; y tanta su limpieza,
que parece que no has llegado a vello.


Es como tu conciencia mi cabeza,
ancha, bien repartida, suficiente
para mostrar por señas mi agudeza.


No es de tu avara condición mi frente;
que es larga y blanca, con algunas viejas
heridas, testimonio de valiente.


Son como tus espaldas mis dos cejas,
en arco, con los pelos algo rojos,
de la color de las tostadas tejas.


Son como tu vestido mis dos ojos,
rasgados, aunque turbios (como dices),
serenos, aunque tengan mil enojos.


Son como tus mentiras mis narices,
grandes y gruesas; mira cómo escarbas
contra ti, mi Belisa: no me atices.


Como tus faldas tengo yo las barbas,
levantadas, bien puestas; no me apoca
que digas que hago con la caspa parvas.


Es como tú, para acertar, mi boca,
salida, aunque no tanto como mientes,
con brava libertad de necia y loca.


Como son tus pecados, son mis dientes,
espesos, duros, fuertes al remate,
en el morder de todo diligentes.


Es como tu marido mi gaznate,
estirado, mayor que tres cohombros;
que el llamalle glotón es disparate.


Como son los soberbios son mis hombros,
derribados, robustos a pedazos,
que causa el verme al más valiente asombros.


Como tus apetitos son mis brazos,
flacos, aunque bien hechos y galanos,
pues han servido de amorosos lazos.


Traigo como tus piernas yo las manos,
abiertas, largas, negras, satisfecho,
que dan envidia a muchos cortesanos.


Como tu pensamiento tengo el pecho,
alto, y en generosa compostura,
donde pueden caber honra y provecho.


Como es tu vida tengo la cintura,
estrecha, sin barranco ni caverna,
que parezco costal en la figura.


Como tu alma tengo la una pierna,
mala y dañada; mas, Belisa ingrata,
tengo otra buena, que mi ser gobierna.


Como tu voluntad tengo una pata,
torcida para el mal, y he prevenido
que le sirva a la otra de reata.


Como tu casamiento es mi vestido,
mal hecho y acabado: que un poeta
jura de no ser limpio ni pulido.


Es como tu conciencia mi bayeta,
raída, y esto basta, aunque imagino
que aguardas, por si pinto, alguna treta.


Mas yo quedarme quiero en el camino;
que, aunque trato de ti, tengo recato:
no digan que a la cólera me inclino.


Ésta mi imagen es y mi retrato,
adonde estoy pintado tan al vivo,
que se conoce bien mi garabato.


Aquestos versos sólo los escribo
para desengañar al que creyere
que soy (como tú dices) bruto y chivo.


Pues quien este retrato propio viere,
sacará por mi cara tus costumbres,
y te conocerá si lo creyere.


Paréceme que a puras pesadumbres,
si más versos escribo, haré que viertas
las destiladas lágrimas a azumbres.


Paréceme, Belisa, que despiertas
de noche, con soñarme, tan medrosa,
que le das al vecino francas puertas.


Dirás: «Si yo no fuera rigurosa
con esta mala lengua, pues sabía
su condición, viviera venturosa».


¡Ojalá cuando yo te lo decía
ablandaras el ser con que enamoras!
No vieras en tu casa aqueste día.


Mas ya que aquestas libertades lloras,
arrepentida del vivir primero,
buscaré tu amistad en todas horas.


No pediré más cartas a Lutero
de favor para ti, o al vil Pelagio;
y harás por ellos la amistad que espero:
sucederá bonanza a tu naufragio.


Leave a Reply