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Jácaras

A LA ORILLA DE UN PELLEJO (858)

A LA ORILLA DE UN PELLEJO (858)

A la orilla de un pellejo,
en la taberna de Lepre,
sobre si bebe poquito,
y sobre si sobrebebe,


Mascaraque el de Sevilla,
Zamborondón el de Yepes
se dijeron mesurados
lo de sendos remoquetes.


Hubo palabras mayores
de lo de «No como liebre»;
«Ni yo a la mujer del gallo
nadie ha visto que la almuerce.»


«¿Tú te apitonas conmigo?»
«¿Hiédete el alma, pobrete?»
«Salgamos a berrear,
veremos a quién le hiede.»


Hubo mientes como el puño,
hubo puño como el mientes,
granizo de sombrerazos
y diluvio de cachetes.


Hallóse allí Calamorra,
sorbe, si no mata, siete,
bravo de contaduría,
de relaciones valiente.


Con lo del «Ténganse, digo»,
y un varapalo solene,
solfeando coscorrones,
hace que todos se arredren.


Zamborondón, que de zupia
enlazaba el capacete,
armado de tinto en blanco,
con malla de cepa el vientre,


acandilando la boca
y sorbido de mofletes,
a la campaña endereza,
llevando el vino a traspieses.


Entrambos las hojarascas,
en el camino, previenen:
el uno, la Sacabucha,
y el otro, la Sacamete.


Séquito llevan de danza;
en puros pícaros hierven;
por una y por otra parte
van amigos y parientes.


Acogióse a toda calza
a dar el punto a la Méndez
el cañón de Mascaraque,
Marquillos de Turuleque.


A la Puente Segoviana
los dos jayanes decienden,
asmáticos los resuellos,
descoloridas las teces.


Como se tienen los dos
por malos correspondientes,
de espaldas van atisbando
los pasos con que se mueven.


Manzorro, cuyo apellido
es del solar de los equis,
que metedor y pañal
de paces ha sido siempre,


preciado de repertorio,
y almanaque de caletre,
quiso ensalmar la pendencia,
y propuso que se cuele.


Bramaban como los aires
del enojado noviembre,
y de andar a sopetones
los dos están en sus trece.


Mojagón, que del sosquín
ha sido zaino eminente,
y en los soplos y el cantar
es juntos órgano y fuelles,


dijo, en bajando a lo llano,
que está entre el Parque y la Puente:
«Para una danza de espadas,
el sitio dice coméme».


Los dos se hicieron atrás,
y las capas se revuelven:
sacaron a relucir
las espadas, hechas sierpes.


Mascaraque es Angulema,
científico, y Arquimedes,
y más amigo de atajos
que las mulas de alquileres.


Zamborondón, que de líneas
ninguna palabra entiende,
y esgrime a lo colchonero,
Euclides de mantinientes,


desatando torbellinos
de tajos y de reveses,
le rasgó en la jeta un palmo,
le cortó en la cholla un jeme.


El otro, con la sagita,
le dio en el brazo un piquete;
ambos están con el mes:
colorado corre el pebre.


Acudieron dos lacayos
y gran borbotón de gente;
andaba el «Ténganse afuera»,
y «Llamen quien los confiese».


Tirábanse por encima
de los piadosos tenientes,
amenazando la caspa,
unas heridas de peine.


En esto, desaforada,
con una cara de viernes,
que pudiera ser acelga
entre lentejas y arenques,


la Méndez llegó chillando,
con trasudores de aceite,
derramado por los hombros
el columpio de las liendres.


El «¡Voto a Cristo!» arrojaba
que no le oyeron más fuerte
en la legua de Getafe
ni las mulas ni los ejes.


«Cuando pensé que tuvieras
que contar más de una muerte,
¿te miro de Maribarbas,
con dos rasguños las sienes?


»Ándaste tú reparando
si Moñorros me divierte,
¿y no reparas un chirlo
que todo el testuz te yende?


»¿Estaba esa hoja en Babia,
que no socorrió tus dientes?
¿De recibidor te precias,
cuando por dador te vendes?»


Llegóse a Zamborondón,
callando bonicamente,
y sonóle las narices
con una navaja a cercen,


diciendo: «Chirlo por chirlo,
goce deste la Pebete;
quien a mi amigo atarasca,
mi brazo le calavere».


A puñaladas se abrazan;
unos con otros se envuelven;
andaba el «moja la olla»
tras la goda delincuente,


cuando se vieron cercados
de alguaciles y corchetes,
de plumas y de tinteros,
de espadas y de broqueles.


Al «¡Ténganse a la justicia!»,
todo cristiano ensordece.
«Favor al rey» piden todos
los chillones escribientes.


La Méndez dijo: «Mancebos,
si favor para el rey quieren,
a mí me parece bien:
llévenle esta cinta verde».


Unos se fueron al Ángel,
con el diablo a retraerse;
otros, por medio del río,
tomaron trote de peces.


Manzorro cogió dos capas,
una vaina y un machete:
que desde niño se halla
lo que a ninguno se pierde.


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