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Redondillas

DESPUÉS DE GOZAR LA GLORIA (418)

DESPUÉS DE GOZAR LA GLORIA (418)

Después de gozar la gloria
de tu amable compañía,
no hay tan dichosa alegría
como estar con tu memoria.


En la mayor soledad
hallo escondido el contento,
pues descubre el pensamiento
un rastro de tu beldad.


No hay tal gloria como amarte,
que quien te ama eternamente,
viviendo ausente, y presente,
jamás deja de gozarte.


Porque no hay lugar ajeno
de tu beldad peregrina:
que está, como eres divina,
todo de tu gloria lleno.


Pues ¿de qué me quejo agora,
si gozo siempre de ti,
teniendo dentro de mí
todo el bien que mi alma adora?


¿Qué puede causarme enojos,
si, en cualquier parte del suelo,
me alumbran desde ese cielo
los dos soles de tus ojos?


Mas en todo se parecen
tus luces a las de Apolo:
que abrasan de lejos sólo
y en su esfera resplandecen.


Y con sus rayos lucientes,
se levantan de la tierra
las nubes que el aire encierra,
la nieve y rayos ardientes.


Que los sutiles vapores
suben al fuego y se encienden,
y en rayos vueltos descienden
de las partes superiores.


Pues tu beldad peregrina,
si es en presencia gozada,
de gloria el alma adornada
deja con luz tan divina.


Mas de lejos contemplada,
en el alma enciende luego
vivas centellas de fuego,
que la dejan inflamada.


Y al cuerpo, que es inferior,
vueltas en rayos, descienden
las pasiones, que se encienden
en la parte superior.


Engéndranse en ella celos,
memorias de bien perdido,
llamas de amor encendido
de las luces de tus cielos.


Y si tengo en esta ausencia,
para tormento tan fuerte,
más favor que esperar verte,
muera sin ver tu presencia.


Que más quiero por ti pena,
ausencia, celos, temor,
fuego vivo de tu amor,
que gloria de mano ajena.


Y pues estimo el tormento,
contemplando en tu memoria,
si está presente tu gloria,
no cabrá en el pensamiento.


Que no hay mayor diferencia
de gozar gloria en el cielo,
a contemplalla en el suelo,
que de tu vista a la ausencia.


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