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Silvas

ESTA QUE MIRAS GRANDE ROMA AGORA (137)

ESTA QUE MIRAS GRANDE ROMA AGORA (137)

Esta que miras grande Roma agora,
huésped, fue yerba un tiempo, fue collado:
primero apacentó pobre ganado;
va del mundo la ves reina y señora.


Fueron en estos atrios Lamia y Flora
de unos admiración, de otros cuidado;
y la que pobre dios tuvo en el prado,
deidad preciosa en alto templo adora.


Jove tronó sobre desnuda peña,
donde se ven subir los chapiteles
a sacarle los rayos de la mano.


Lo que primero fue, rica, desdeña:
Senado rudo, que vistieron pieles,
da ley al mundo y peso al Oceano.


Cuando nació la dieron
muro un arado, reyes una loba,
y no desconocieron
la leche, si éste mata y aquél roba.
Dioses que trujo hurtados
del dánao fuego la piedad troyana
fueron aquí hospedados
con fácil pompa, en devoción villana.
Fue templo el bosque, los peñascos aras,
víctima el corazón, los dioses varas,
y pobre y común fuego en estos llanos
los grandes reinos de los dos hermanos.


A la sed de los bueyes
de Evandro fugitivo Tibre santo
sirvió; después, los cónsules, los reyes
con sangre le mancharon;
le crecieron con llanto
de los reinos que un tiempo aprisionaron;
fue triunfo suyo, y violos en cadena
el Danubio y el Rheno,
los dos Ebros y el padre Tajo ameno,
cano en la espuma y rojo con la arena;
y el Nilo, a quien han dado,
teniendo hechos de mar, nombre de río,
no sin invidia, viendo que ha guardado
su cabeza de yugo y señorío,
defendiendo ignorada
la libertad que no pudiera armada;
el que por siete bocas derramado,
y de plata y cristal hidra espumante,
con siete cuellos hiere el mar sonante,
sirviendo en el invierno y el estío
a Egipto ya de nube, ya de río,
cuando en fértil licencia
le trae disimulada competencia.



Añudaron al Tibre cuello y frente
puentes en lazos de alabastro puros,
sobre peñascos duros,
llorando tantos ojos su corriente,
que aún parecen, en campo de esmeralda,
las puentes Argos y pavón la espalda,
donde muestran las fábricas que lloras
la fuerza que en los pies llevan las horas,
pues, vencidos del tiempo, y mal seguros,
peligros son los que antes fueron muros,
que en siete montes círculo formaron,
donde a la libertad de las naciones,
cárcel dura, cerraron.
Trofeos y blasones
que, en arcos, diste a leer a las estrellas,
y no sé si a invidiar a las más dellas,
¡oh Roma generosa!,
sepultados se ven donde se vieron:
en la corriente ondosa.
Tan envidiosos hados te siguieron,
que el Tibre, que fue espejo a su hermosura,
los da en sus ondas llanto y sepultura;
las puertas triunfales,
que tanta vanidad alimentaron,
hoy ruinas desiguales,
(que, o sobraron al tiempo, o perdonaron
las guerras) ya caducan, y, mortales,
amenazan donde antes admiraron.


Los dos rostros de Jano
burlaste, y en su templo y ara apenas
hay yerba que dé sombra a las arenas,
que primero adoró tanto tirano.
Donde antes hubo oráculos, hay fieras;
y, descansadas de los altos templos,
vuelven a ser riberas las riberas;
los que fueron palacios son ejemplos;
las peñas que vivieron
dura vida, con almas imitadas,
que parece que fueron
por Deucalión tiradas,
no de ingeniosa mano adelgazadas,
son troncos lastimosos,
robados sin piedad de los curiosos.
Sólo en el Capitolio perdonaste
las estatuas y bultos que hallaste,
y fue, en tu condición, gran cortesía,
bien que a tal majestad se le debía.


Allí del arte vi el atrevimiento;
pues Marco Aurelio, en un caballo, armado,
el laurel en las sienes añudado,
osa pisar el viento,
y en delgado camino y sendas puras
hallan donde afirmar sus herraduras.
De Mario vi, y lloré desconocida,
la estatua a su fortuna merecida;
vi en las piedras guardados
los reyes y los cónsules pasados;
vi los emperadores,
dueños del poco espacio que ocupaban,
donde sólo por señas acordaban
que donde sirven hoy fueron señores.
¡Oh coronas, oh cetros imperiales,
que fuistes, en monarcas diferentes,
breve lisonja de soberbias frentes,
y rica adulación en los metales!,
¿dónde dejast[e]is ir los que os creyeron?
¿Cómo en tan breves urnas se escondieron
¿De sus cuerpos sabrá decir la Fama
dónde se fue lo que sobró a la llama?
El fuego examinó sus monarquías,
y yacen, poco peso, en urnas frías,
y visten (!ved la edad cuánto ha podido!)
sus huesos polvo, y su memoria, olvido.


Tú no de aquella suerte,
te dejas poseer, Roma gloriosa,
de la invidiosa mano de la muerte:
escalóte feroz gente animosa,
cuando del ánsar de oro las parleras
alas y los profétícos graznidos,
siendo más admirados que creídos,
advirtieron de Francia las banderas;
y en la guerra civil, en donde fuiste
de ti misma teatro lastimoso,
siendo de sangre ardiente, que perdiste,
pródiga tú, y el Tibre caudaloso.
Entonces, disfamando tus hazañas,
a tus propias entrañas
volviste el hierro que vengar pudiera
la grande alma de Craso, que, indignada,
fue en tu desprecio triunfo a gente fiera
y ni está satisfecha ni llorada.
Después, cuando invidiando tu sosiego,
duro Nerón dio música a tu fuego,
y tu dolor fue tanto,
que pudo junto ser remedio el llanto,
abrasadas del fuego, sobre el río,
torres llovió en ceniza viento frío;
pero de las cenizas que derramas
fénix renaces, parto de las llamas,
haciendo tu fortuna
tu muerte vida y tu sepulcro cuna,
mientras con negras manos atrevidas
osó desañudar de sacras frentes
desdeñoso laurel, palmas torcidas,
que fueron miedo sobre tantas gentes;
hurtó el Imperio, que nació contigo,
y diole al enemigo;
mas tú, o fuese estrella enamorada,
o dicidad celestial apasionada,
o en tu principio fuerza de la hora,
naciste para ser reina y señora
de todas las ciudades.
En tu niñez te vieron las edades
con rústico senado;
luego, con justos y piadosos reyes,
dueña del mundo, dar a todos leyes.


Y cuando pareció que había acabado
tan grande monarquía,
con los Sumos Pontífices, gobierno
de la Iglesia, te viste en sólo un día
reina del mundo y cielo, y del infierno.
Las águilas trocaste por la llave,
y el nombre de ciudad por el de Nave:
los que fueron Nerones insolentes,
son Píos y Clementes.
Tú dispensas la gloria, tú la pena;
a esotra parte de la muerte alcanza
lo que el gran sucesor de Pedro ordena.
Tú das aliento y premio a la esperanza,
siendo en tan dura guerra,
gloriosa corte de la fe en la tierra.


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