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Jácaras

A LA SALUD DE LAS MARCAS (861)

A LA SALUD DE LAS MARCAS (861)

A la sálud de las marcas
y libertad de los jacos,
se entraron a hacer un brindis
en la bayucá del Santo,


Ganchoso el de Cíenpozuelos,
Catalnilla la de Almagro,
Isabel de Valdepeñas
y Andresillo el desmiriado.


A la carrera de sorbos
y al apretón de los tragos
nunca ha dado a yegua el Betis
potro que pueda alcanzarlos.


Un cogollo de lechuga
fue el violón de este sarao:
que el que es bailarín castizo
no repara en lo templado.


Como pobreta corriente,
sacó Isabel del regazo,
en la esquina de un lenzuelo,
unos garbanzos tostados.


Diole primero a Ganchoso,
aunque Andrés era su gancho:
que es muy cortesano el vino
en estómagos honrados.


Encapotose Catalna,
y, meciéndose a lo zaino,
al suelo, y luego a Isabel,
miró, y mordióse los labios.


Isabel, que se las pela,
soltó la taza y el jarro,
y terciando la mantilla,
ya en el hombro y ya en el brazo,


dijo: «Seora Catalna,
¿de qué sirven arrumacos
ni mirarnos entre dientes?
Parece que somos santos».


Arrimábanse las dos;
Ganchoso metió la mano,
diciendo: «Bueno está, reinas;
bueno está: chico pecado».


«No muy chico -dijo Andrés-,
que aquí no somos morlacos;
entre bobos anda el juego;
no sino güevos asados.»


«¿Qué güevos, di, mal nacido?
-dijo Isabel sollozando-.
Eso merece la penca
que se empeña por cuitados.


»Acuérdate que en Toledo,
en casa de aquel letrado,
antes que se le perdiese,
te hallaste un zurrón de cuartos


»y que por respleute mío,
soldasmente te limpiaron
con toalla de vaqueta
el sudor del espinazo.


»Acuérdate que en Sevilla,
en casa de un veinticuatro,
sin licencia de su dueño,
se salió tras ti un caballo,


»y porque no te arrojasen
a apalear los lenguados,
vendí catorce sortijas
y mi jubón largueado.


»No me dejará mentir
Mondoñedo el escribano,
que, por no escupir al cielo,
no supo hacer mal a un gato.»


Rebosábanle a Ganchoso
lo bebido y lo escuchado,
y, desatando la sierpe,
dijo, el gabïón calando:


«Lo que ha dicho Valdepeñas
ha sido muy bien jablado,
y mentirá, voto al cinto,
quien dijere lo contrario.»


Andresillo, la del Cid,
de las alforjas, sacando,
hubo de haber la que llaman
una de todos los diablos;


porque Ganchoso, hecho un perro,
desabrigando el sobaco,
le tiró dos tarascadas
al cofre de lo mazcado.


«Cáscaras», dijo Andresillo,
y tiróle un hurgonazo
al barrio de los cuajares,
y otro a la calle del trago.


Si, por milagro de Dios,
Ganchoso baja la mano
un canto de un real de a dos,
lo cuela de cabo a cabo.


Mas quiso Dios y la Virgen
que Jeromillo el mulato
llegase en éstas y estotras,
que salía de lo caro.


Desembarazó la vaina,
y, antes de llegar cien pasos,
puso en paz a los pobretes,
que es Jerónimo un Bernaldo,


diciendo: «Entre dos amigos,
camaradas más que hermanos,
no es razón que haya mojinas;
vaya el malo para malo.


»Estas señoras honradas
bien pudieran excusarlo;
mas el demonio es sotil;
son mujeres, no me espanto.»


*No se jable más en eso
-dijo Andrés-; ya está acabado,
loado sea el Hijo de Dios.
Toca, Ganchoso.» Y, tocando,


se volvieron a dar gracias
de los peligros pasados
a la ermita de san Sorbo,
en el altar de san Trago.


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